martes, marzo 19, 2024

Cuando haya insumos en los hospitales… Venezuela se habrá arreglado

Marianella revivió lo que tuvo que pasar año y medio atrás. Esta es la historia que ya casi no se cuenta; la de los hospitales en Venezuela

Por la apatía, el cansancio, y el “cada quien está en lo suyo”, las historias de los hospitales y el drama de los más vulnerables ya casi no sale a la luz. La situación en los pasillos de los centros de salud pública en Venezuela pasó de ser una noticia recurrente, a un secreto a voces, o a un grito ignorado.

No tiene seguro ¿a dónde la vamos a llevar? era la pregunta que nos repetíamos constantemente mientras veía a mi prima sumida en un dolor. No hay opción, ¡hay que sacarla! fue lo que decidimos en la casa.

En medio del caos y en repasar varias veces, qué hacer, llámamos a un conocido quien nos logró conseguir una ambulancia que no tardó en llegar.

“Trataremos de atenderla en la casa, es mucho más seguro que llevarla a un hospital, allá los riesgos son mucho mayores”, dijo el jefe de los paramédicos.

Y lo sabía, por supuesto que lo sabía; los hospitales en Venezuela son ese “destino prohibido”, al que nadie quiere ir. Miles de historias y vivencias a las que ningún venezolano se quiere enfrentar.

El drama de lo que se vivie en una emergencia de Venezuela. Foto: referencial

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A la boca del lobo

“No responde y por seguridad debemos trasladarla al hospital”, la noticia cayó como un bloque seco al estómago, pues sabía que era yo quien tenía que irme con ella a batallar en ese camino. Su mamá tenía que cuidar a sus dos pequeñas.

Comenzamos a preparar las cosas, como si nos fuésemos a la guerra. Mientras que ese miedo me carcomía todo el cuerpo, una sensación de indefensión se apoderaba de mí; mientras me repetí “tienes que ser fuerte; tienes que soportar lo que puedas ver allá. Acá no valen los temores, ni la cobardía. A guerrear”, me repetía una y otra vez mientras escuchaba a los paramédicos decir, ¡Nos vamos!.

Nos montamos en la ambulancia, mientras le agarraba la mano a mi prima. Tratando de asumir lo que sucedía; ella estaba inconsciente y mi temor aparecía por momentos, solo pedía auno de los paramédios, “no me dejen sola”.

“¿Llevas papel, llevas un pote, allá no hay baños que estén muy aptos para ir; tienes un pote de agua?”, me preguntaban vía mensajes de texto una y otra vez y yo decía “debes ser fuerte, debes aguantar, allí resolverás”.

El camino se hizo eterno y las náuseas aparecieron con cada curva que emprendía la ambulancia. Pues no son los más pacientes para manejar en las maltratadas calles de Caracas.

No, señores, Venezuela no se arregló

Llegamos y el panorama era como poco el previsible. Una emergencia colapsada, sin camas y con varios pacientes con diferentes padecimientos. Con miradas tristes y acompañantes en automático atendiendo sus requerimientos.

Tres médicos, como siempre uno bueno, uno antipático y otro que entraba y salía.

Entré a la emergencia y pensé: “ojalá todos los venezolanos que piensan que Venezuela se arregló vieran por una ventanita este escenario para que saquen sus propias conclusiones de un país, que no se ha arreglado, sino que simplemente está ignorado”.

Porque sí, todos cansados de la negatividad que aqueja al país, decidieron clausurar en una especie de gaveta, los problemas que nunca se han ido del país, que solo decidieron meterlos en un closet y no sacarlos, hasta que por poca fortuna, a alguno le toque enfrentarse con ello.

No, no y más “no”

“No tenemos cama, no hay medicamentos, mucho menos ventilador de oxígeno por si se complica, solo tienes ese banquito –señaló un frío y largo banco de cemento donde esperan por cama los pacientes- para que espere mientras la examinan”, fue la dulce bienvenida que nos dio el R4 de la emergencia.

“La paciente debe quedarse porque tienen una condición de base y no se puede regresar a su casa”, dijo la doctora que estaba con los paramédicos, quien retaba con la mirada al doctor de la emergencia que le dijo, “la decisión es de ella, no de usted”.

Ambos me miraban, y yo me sentía más perdida que nunca, mientras la doctora me daba por la pierna para que dijera que mi prima tenía que quedarse allí para que la atendieran. “Ellos no te la van a sacar, si necesita atención de urgencia están en el deber de prestarte todo el apoyo, ellos no van a permitir que se muera aquí”.

Creyendo fielmente las palabras de la doctora que acompaña a los paramédicos, accedí a pasar junto a mi prima en el hospital, las siguientes angustiantes horas. Por momentos se hacía eterno, por otros momentos se me pasaba el tiempo un poco más rápido y así transcurrieron seis expectantes horas en unos pasillos rodeados de historias aterradoras, tristes y otras inhumanas.

Bien mi amiga tenía razón, necesitaría un pote para orinar, pues si hay algo de lo que carece el Domingo Luciani; además de medicamentos y aparatos para realizar exámenes, es de baños…

Un doctor, que para nosotras en ese momento se convirtió en nuestro ángel nos prestó apoyo. No hay baños, pero te puedo ayudar a cortar ese pote que tienes allí. Sí, mi pote de agua, más tarde se convertiría en un depósito de orine para mi prima.

Un paral, un pote, ella y yo, en medio de esa emergencia que compartiríamos con más de 20 personas era el escenario para realizar sus necesidades. Yo solo pedía que ni a mí, ni a ella nos dieran más ganas de orinar, porque potes ya no habían más.

Pasaban las horas…

Ese doctor del que les hablé, nos facilitó un poco las cosas. “Le puse un medicamento que ayudará a que su organismo responda, tiene suero”. Debíamos esperar. Ya yo no tenía muy claro que había que esperar.

En medio de mi espera, el doctor no tan simpático del principio, llegó con una hoja hasta mí. Tiene que firmar esto, ya que accedió a que su familiar se quedara en el hospital. El papel más odioso que he tenido que firmar en mi vida. El hospital que no tenía medicamentos, ni camas, ni mucho menos un ventilador de oxígeno, se “lavaba las manos”, si a mi prima le pasaba algo grave. ¿No tengo otra opción?, pregunté. No, respondió tajantemente, el doctor de piel blanca, lentes y un gorro de Superman, al que en ese momento yo veía como el propio Lex Luthor.

Sin muchas opciones, y bajo la mirada expectante de ese doctor, el cual no sabía si estaba agotado de la emergencia, o simplemente la vocación se le perdió en el camino, tuve que firmar ese papel, que gracias a Dios, -a quien le pedía cada segundo-, no valió de nada.

Mientras, seguía esperando y seguía sin tener claro cuánto tiempo debía esperar allí. Pasaban las horas y aumentaba el temor por si debíamos pasar la noche las dos sentadas en ese frío banco de cemento.

Mi hermano me va a ayudar

Como muchos saben, la hostilidad reina el día a día de los hospitales venezolanos. Más de una vez las palabras dulces en esos momentos difíciles deben ser la premisa de los acompañantes, para que el personal pueda “echarte una mano”.

Estaba sola en la emergencia y necesitaba ayuda. “Di que viniste de comprarle comida a tu familiar y así pasas a la emergencia”, de esa forma llegó la comadre de mi prima a hacer la estadía un poco menos traumante, y a permitirme desplazarme en el hospital para tener razón del estudio que le faltaba para que nos dijeran el siguiente paso.

Su esposo estaba afuera, necesitábamos más ayuda y fue cuando me tocó fingir en la puerta que era mi hermano. “Es mi hermano, y me va  ayudar a trasladar a mi familiar”, dije. “Bueno entra, y luego que solucionen debe salir alguno de los dos”, dijo el vigilante.

Como que si estuviésemos huyendo de la policía logramos permanecer en la emergencia las siguientes horas.

Cuanta indolencia

Una de las historias aterradoras de ese día, estaba justo a nuestro lado. Mi corazón no se había partido lo suficiente hasta ese momento; cuando un señor de, quizás, más de 70 años, convulsionó al menos cinco veces en el tiempo que duré en la emergencia.

Acompañado de otro señor, más o menos de su misma edad, el adulto mayor estaba solo en una esquina. Vomitando sin que nadie lo auxiliara; con ataques epilépticos, sin que un médico o enfermero se acercara a tratar de, al menos “fingir” que atendía la situación.

Mis ojos se inundaban de lágrimas, al ver el desamparo de un “viejito”, que prácticamente moría de mengua.

“Señor, ya le dije cuál era el medicamento que tenía que comprar, si no le ponemos ese medicamento caerá en un cuadro epiléptico. Ya le dije que acá no disponemos de eso”, se lo dijo sin mediar, aquel médico que yo había visto como un ángel, a ese señor que se veía incluso mucho más indefenso de lo que yo podía sentirme en ese momento.

No pude evitar intentar ayudar a ese señor y le pregunté por el medicamento. “Mija, es que no se consigue, a esta hora por aquí no hay”, me afirmó, mientras mis ganas de llorar aumentaban, pues tampoco lo podía ayudar mucho.

Esa fue una de las tantas historias que se ven en un hospital de Venezuela, mientras tú también lidias por ser atendido, y porque tu familiar no sea víctima de una negligencia médica. La nueva premisa de los centros de salud en el país.

¿Esto es todo?

Terminamos de hacerle el Rayos X y el doctor nos dice “se pueden ir”. Y allí comenzaron las dudas a saltar. “Ella unos días va estar convaleciente, pero ese medicamento ya quitó todo riesgos”. Sí así, como quien con una pócima mágica cura todos los males.

De pronto, después de tantas horas de espera, de lograr hacer un rayos X y sin mayor atención ya todo estaba listo. No hubo exámenes de sangre, no hubo consultas a especialistas. No hubo más nada.

Solo irnos de allí, con todas las ganas de salir corriendo, del hospital el cual creo me ha dado las peores experiencias de vida, en cuanto a centros de salud se refiere.

¿Cuál era la siguiente opción? Ir a un centro privado, conseguir la plata a como diera lugar, porque la salud en Venezuela gratuita, es más que claro que en 2022, sigue igual de decadente que en 2017. Sin medicamentos, sin insumos, y sin profesionales que puedan ser menos indolentes y más humanos.

Es la experiencia que ingratamente me ha regalado el Hospital Domingo Luciani, a mí, a Marianella Guzmán.

Por eso, si me preguntan si Venezuela se arregló, les digo, que evidentemente no. Si me alegra que se hayan abierto campos de trabajos en nuevos restaurantes y conciertos, pero cuanto me entristece que nuestras políticas sigan siendo equivocadas y que nuestros servicios básicos sigan estando en el piso.

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