lunes, abril 29, 2024

La historia de un loro que casi termina en un crimen

Roberto Trobajo
Roberto Trobajo
@Roberto_Trobajo

La historia del extraño caso de un Loro que casi provoca un crimen; cuentan conciliadores de equidad y convivencia de Bucaramanga

 “Si no me soluciona el problema. ¡Lo mato!”. Lo dijo desde la puerta, que estaba abierta. La oficina, ubicada en la calle 35 con carrera 14 de Bucaramanga, tenía además una pequeña reja cerrada, por lo que Antonio no pudo ingresar.

Juan Bautista Bustos Rivera se encontraba al fondo. Confesaría después que se asustó. Y mucho.

Pero era su labor y en ese caso el temor estorbaba su misión. Pensó despacio. Tomó aire. Se levantó de la silla, camino a la puerta y buscó al sujeto amenazante de pie en la entrada.

Juan Bautista diría después que trató de no abrir la reja. Sofocado por el ímpetu de la amenaza y, en especial, temeroso de una bolsa que parecía contener un arma.

Emociones descontroladas

Antonio en cambio había salido esa mañana de su casa perseguido por la rabia, acumulada por más de tres semanas de escuchar, cada vez que pasaba por la vivienda de su vecino, insultos, risas y silbidos.

Buscó ayuda semanas atrás, sin obtener respuestas:

Fue al CAI del barrio. Llegó después a la Inspección de la Policía de la comuna. Recorrió oficinas en la Alcaldía de Bucaramanga. Nadie lo escuchó. Por eso, ese día, decidió conseguir una escopeta hechiza, con la intención de llenar, literalmente, de plomo la casa desde donde lo insultaban cada vez que pasaba.

Todo comenzó un mes atrás cuando se mudó a este barrio, ubicado al oriente de Bucaramanga, proveniente de Ciudad Norte.

En medio del trasteo uno de los parales de su cama impactó, sin querer, la fachada de una vivienda a pocos metros de la suya.

A pesar de que el golpe no fue tan fuerte, lo que desconcertó a Antonio fue lo que escuchó del fondo de la casa.

¡Viejo pirobo!

Luego hubo risas y unos silbidos. A Antonio se le hizo extraño el insulto, pero lo dejó pasar.

Días después, una tarde, al regresar de la tienda con comida, tropezó con uno de los escalones de la vía de acceso peatonal, con tan mala suerte que terminó de cabeza en un matorral, junto a la casa del vecino de donde provinieron los primeros insultos.

Gaseosa, huevos y pan terminaron en el piso, al tiempo que desde el fondo de la vivienda se volvió a escuchar, con el mismo tono de intensidad.

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¡Viejo pirobo! ¡Viejo pirobo!

Los días pasaron y la historia se repetía cada vez con más frecuencia.

Hasta que no lo soportó y buscó confrontarlo. Pero nadie le abrió la puerta, pese a que fue insistente.

Antonio tenía motivos para sentirse defraudado. Su irá crecía en la medida que cada vez que pasaba por el lugar escuchaba:

¡Viejo pirobo! ¡Viejo pirobo! ¡Viejo pirobo!

Antonio pensó que si lo reportaba al CAI el problema se solucionaría. No podía estar más equivocado.

Quiero denunciar a mi vecino. Cada vez que paso por su casa me insulta.

– ¿Cómo que lo insulta?, respondió el patrullero de turno.

– Sí. Me ve pasar y me grita desde adentro viejo pirobo.

– ¿Cómo se llama su vecino? ¿Lo puede identificar?

– No sé. Nunca lo he visto.

– ¿Cómo así?

– Solo lo escucho insultarme.

– Si quiere que nosotros hagamos algo debe denunciar a alguien. Con nombre y apellido. Necesito una identificación.

– Le digo que no la tengo

Tiene que traer una denuncia contra alguien. ¿A quién vamos a citar? No le podemos recibir esa denuncia…

Esta conversación se repitió en la Inspección de Policía y la Alcaldía de Bucaramanga.

Antonio no aguantó más. Se mordía el alma de la ira endiablada que crecía. Decidió hacerse respetar por la fuerza.

El pálpito de una tragedia se empezó a gestar cuando preguntó por una escopeta hechiza en uno de esos lugares ilegales donde alquilan armas, que las autoridades desmienten que existen, pero el hampa siempre conoce.

Por eso días, Antonio se encontró con un viejo amigo, a quien le contó lo que le ocurría y reveló sus intenciones.

Su conocido le habló de un centro de conciliación en equidad. Era su última opción. Decidió ir hasta allá perseguido por el alboroto que le causaban los insultos dando vueltas en su cabeza.

Antonio llegó a la reja con los ojos de ira. Juan Bautista Bustos Rivera estaba al fondo, cuando escuchó:

Si no me soluciona el problema. ¡Lo mato!

– Dígame

– Tranquilo, no es con usted.

Juan Bautista Bustos Rivera escuchó con atención a Antonio. Este hombre posee un talento casi mágico para oír con detalle a las personas y encontrar soluciones, por eso lleva más de 25 años ayudando a resolver conflictos de la comunidad.

– Le voy a hacer un citatorio a su vecino. Sin nombre.

Antonio debía llevar ese documento al CAI del barrio, pero con instrucciones de entregárselo al comandante del cuadrante, no al patrullero que lo atendió la primera vez.

En ese documento estaba una citación para dentro de tres días. Efectivamente fueron hasta la casa. Identificaron al presunto agresor.

El día de la audiencia llegó. Antonio y Jaime, su vecino, por fin se encontraron.

Juan Bautista expuso los hechos hasta que le preguntaron a Jaime la razón de los insultos contra su vecino.

– ¡No señor! Yo estoy muy viejo para esto. Yo vivo solo en esa casa. No le abro a nadie porque una vez abrí y unos ladrones me empujaron y se llevaron el televisor, la plancha y la licuadora, todo. Ese barrio es muy peligroso. Yo si vi que el señor tocaba, pero no le abrí pensando que me iba a robar. No lo conozco en el barrio. Le abrí a la Policía porque es la autoridad…

Pero usted me insulta. ¿Qué es lo que tiene conmigo?

– Cómo se le ocurre. Yo vivo solo con un perro y con un loro. Ese animal se la pasa en un palo de guayabo del patio de la casa. El loro es el que silba, se ríe y dice groserías. A eso se acostumbró. ¿Les traigo el loro para que lo escuchen? Se los traigo y comprueban…

Juan Bautista recuerda que Antonio quedó satisfecho, que incluso se devolvieron juntos en el mismo bus para el barrio y ahora, no son los mejores amigos, pero se saludan con cordialidad como buenos vecinos.

Conciliadores invaluables

El conciliador en equidad es una figura reconocida por el Ministerio de Justicia para la resolución alternativa de conflictos. A ellos se puede acudir cualquier ciudadano. El conciliador en equidad no decide la solución del problema, actúa de manera independiente y neutral motivando a las partes para que lo solucionen ellas mismas su problema, con base en los sentidos de igualdad, justicia y beneficio común. Su trabajo es gratuito. 

Historia narrada según hechos mostrados en La Vanguardia

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