jueves, abril 25, 2024
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Andrés Villota Gómez
Andrés Villota Gómez
@AndresVillotaGo

Si no pudo subir en primera…
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Gustavo Petro, perdió la última oportunidad que tenía para ser presidente de Colombia. Él lo sabía, por eso, su único objetivo era ganar en la primera vuelta porque, en el balotaje, la mayoría no iba a votar por él. Los encuestadores inescrupulosos también lo sabían y por eso le habían asignado porcentajes triunfadores disfrazados con márgenes de error estrafalarios. Sus delirios de megalomanía lo llevaron a creer que iba a emular los triunfos en primera vuelta del presidente Álvaro Uribe en las elecciones de los años 2002 y 2006. Pobre iluso.

Gustavo Petro quedó en el peor de los escenarios porque no ganó en la primera vuelta y pasó a la segunda vuelta sin su némesis, sin su único argumento generador de votos. Se quedó sin su antónimo y eso es mortal para un comunista porque el comunista promedio no tiene nada que proponer, nada que ofrecer, nada que argumentar, ni tiene la posibilidad de decir algo diferente a “Yo (Petro) soy bueno porque Uribe es malo”.

La remota posibilidad de Petro ganar, en franca lid en la primera vuelta, se diluyó desde que el ultrasantista Alfonso Prada, cabecilla de la campaña presidencial de Petro, dio la orden de empezar a promover la candidatura de Rodolfo Hernández. Daniel Coronell y Daniel Samper Ospina, fieles escuderos de Juan Manuel Santos, no dudaron en atender el llamado y aceptar la misión para tratar de mostrar debilitada a la campaña de Federico Gutiérrez y poder justificar que a Petro le apareciera el 51% del total de los votos.

Juan Manuel Santos, fuera de forma política por estar dedicado al cuidado de sus nietos, no calculó que Hernández se les iba a colar en la segunda vuelta. Se les fue la mano y cuando se dieron cuenta, ya era muy tarde. De nada sirvió decir que Hernández era el que dijo Uribe.

Petro no representaba el “cambio” que tanto pregonaba representar por estar rodeado, precisamente, de una caterva de fanáticos ultrasantistas como Roy Barreras, Piedad Córdoba, Armando Benedetti, Alfonso Prada, Daniel Quintero y Luis Ernesto Gómez. Eso lo leyó el electorado colombiano de la post pandemia.

Los iconos de las malas prácticas políticas, los representantes de la clase política decadente y los protagonistas de los casos más aberrantes de corrupción e ineptitud política, no podían representar el “cambio” del que su patrón tanto se ufanaba. Los mismos miembros de su campaña con su actitud mezquina le quitaron la bandera del cambio que, cínicamente, había enarbolado Petro centró su campaña en estafar al electorado colombiano.

La captura de Piedad Córdoba en Honduras, el proselitismo armado del Petrismo, los encuentros de Gustavo Petro con José Luis Rodríguez Zapatero especialista en beneficiarse del erario público hispanoamericano, las componendas hechas por la campaña de Petro con peligrosos criminales recluidos en las cárceles y la ignorancia proverbial de Francia Márquez, su candidata a vicepresidente que, además, resultó pertenecer a una familia de la más rancia oligarquía minera depredadora del medio ambiente, terminaron por provocar una estampida masiva de votantes que encontraron en Rodolfo Hernández una alternativa real de cambio.

Rodolfo Hernández es percibido como una opción real de cambio porque llegó a la segunda vuelta sin el apoyo de los partidos políticos tradicionales. Un outsider que gracias a su independencia y por no estar atado a compromisos políticos previos, le va a permitir a Hernández llevar a cabo las profundas reformas estructurales que necesita Colombia para lograr un cambio real que favorezca, de verdad, al pueblo colombiano y no, solamente, a la clase dominante colombiana como pretende hacerlo Gustavo Petro y Francia Márquez.

El proceso de depuración de la justicia y las Altas Cortes, la reducción del tamaño del Estado, acabar con la emisión desaforada de billetes y con la emisión de títulos de Deuda Pública para financiar la operación de un Estado inútil e ineficiente, desmontar la macro intervención estatal en la iniciativa privada y terminar con los privilegios que tienen las minorías supremacistas, es una tarea que solo la puede realizar una persona con el perfil de Rodolfo Hernández, sin conflictos de interés con los burócratas, sin rabo de paja, sin deberle nada a nadie.

Los jóvenes con mayor grado de escolaridad están apoyando a Rodolfo Hernández. Hastiados de la violencia protagonizada por una minoría de jóvenes delincuentes salvajes que los ha estigmatizado. Saturados de la injusticia social que implica el favorecimiento a los fracasados, a los mediocres, a los perdedores, solo por pertenecer a una minoría supremacista. Cansados de ver al Estado siendo el empleador de todos aquellos a los que su bajo nivel, no les dio para ser tenidos en cuenta por una empresa privada, productiva y eficiente.

Paola Ochoa, locutora radial especializada en editoriales de alta costura, rechazó la posibilidad de ser la vicepresidente de Rodolfo Hernández porque no le interesaba hacer parte de una opción de cambio, renovadora, diferente a la que siempre había visto en el entorno de su esposo, Juan Rodrigo Ortega, uno de los representantes más icónicos de la clase dominante colombiana a la que Petro pretende perpetuar sus privilegios con los impuestos que pagan todos los colombianos.

Menos mal, Paola Ochoa, se quedó aferrada a su pasado y fue consciente de sus enormes limitaciones y carencias que no le daban la talla para aceptar tamaña responsabilidad, y permitió la llegada de Marelen Castillo, la fórmula vicepresidencial de Rodolfo Hernández, ingeniera industrial, química y bióloga, con Maestría en Administración de Empresas (MBA) y un PhD en Educación. Marelen tiene sobradas razones para ser la vicepresidente de Colombia.

Rodrigo Hernández no fue al último debate hecho antes de las elecciones por el canal, Caracol Televisión. Lo que confirma una vez más, la nula capacidad de influencia que tienen los medios de comunicación tradicionales. En el mundo, la gente no cree ni confía en los políticos, ni en los burócratas, ni en los periodistas, ni en los activistas de una oenegé. Mientras que gozan de toda la confianza y la credibilidad los empresarios (como Hernández), los expertos académicos y las otras personas, comunes y corrientes. Eso explica el alto grado de empatía que tiene Hernández con los colombianos y el alto grado de rechazo que genera Petro en los colombianos.

Si Gustavo Petro hubiera subido en primera, los burócratas estarían felices, aferrados a sus cargos y al modelo del macro Estado intervencionista, y los contratistas del Estado estarían de plácemes porque el gasto público, en un esquema comunista, se dispara y se desborda la impresión de billetes. La percepción negativa que genera la propuesta de Petro es funesta para la atracción de inversión porque se basa en la expropiación y en la supresión de las libertades económicas, motivando la fuga de capitales.

Los grandes cambios estructurales que está teniendo la humanidad en la post pandemia, debe ser un proceso liderado en Colombia por alguien ajeno al Sistema que está en crisis y que está siendo reemplazado. Cambios que no podría llevar a feliz término un tipo como Gustavo Petro por ser él, parte del Sistema corrupto que debe ser erradicado por completo para que empiece el cambio verdadero que lleve a Colombia hacia el nuevo mundo. De lo contrario, de la mano de Petro, vamos a ser un Estado paria, atrasado, sumido en la miseria. Solo Rodolfo Hernández, rodeado de un equipo de los mejores, no de burócratas, va a poder llevar a Colombia a puerto seguro en este proceso que, en el mundo, ya empezó.

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