miércoles, abril 24, 2024

San Isidro: el refugio de los desterrados de Güiria

Crecer entre tierra, suciedad y hambre, así pasan los días niños de la comunidad de San Isidro en el estado Miranda. No está claro cuántos hay, solo se conoce que son la descendencia de hombres y mujeres de Güiria que huyeron de la violencia

En esta comunidad no hay censo. Ellos mismos no tienen claro cuántas familias viven ahí, pero exclaman con resignación que son “más de 30”.

Su piel tostada extraña el sol y el calor de su pueblo. Les ha tocado acostumbrarse al frío de las montañas que bordean la carretera hacia Mariches refugiándose en casas de bahareque que construyen sacando tierra del mismo suelo que habitan.

Argelia Alcalá tiene 6 hijos. Dos varones y cuatro niñas; la más pequeña tiene 3 años. Está mujer con sus propias manos y recordando como lo hacían sus abuelos orientales busco el lodo, el bambú y levantó su casa de dos habitaciones.

Ella misma la frizó y sueña con reforzarla con bloques para poder hacerle una habitación a cada uno de sus hijos.

“Me traje a mis hijos cuando empezaron a crecer porque no teníamos seguridad. En Güiria vez a los malandros caminando con pistolones inmensos y yo no quería eso ara ellos”.

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Vivir como en la antigüedad

“Quién iba a pensar que el pleno siglo XXI yo tendría una casa de bahareque, pues si la tengo”. Argelia sonríe al contarnos su historia frente a su hogar de paredes blancas manchadas por el piso de tierra amarilla donde pasan sus días.

Al entrar un reguero de ropa por lavar y un olor a caraotas negras servían de marco para una escena agridulce. Lamentar la pobreza y al mismo tiempo admirar tanta fortaleza en una sola mujer.

Está Güireña es una suerte de “líder” de la ranchería de San Isidro. No en vano su casa está en primera línea apenas llegas al sitio. Justo a su lado está su hermana quién también levantó su casa junto a su esposo.

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Vivir desterrados en tu propio país es ahora una realidad para estas familias.

Cómo ellas hombres y mujeres se han traído a su familia a la capital para buscar un mejor futuro. “En toda Venezuela hay hampa, pero en Sucre hay mafias” nos dijo un hombre mientras abría un enorme hueco con un pico.

No quiso decir su nombre, solo asomó que a pesar de vivir en condiciones de extrema pobreza logra dormir tranquilo.

En la ranchería los pasillos son estrechos. La brisa bate y levanta toda la tierra que ensucia todo a su paso. Los niños juegan descalzos sobre piedras, maleza sin problema.

A través de sus padres y de su propia experiencia en este lugar aprenden a compartir el único balón que tienen.

Vivir desterrados en tu propio país es ahora una realidad para estas familias. Su vida dio un giro para protección de sus hijos, pero también para intentar tener mejor vida, intentar encontrar un empleo que genere ingresos.

Con su niño en brazos Adrianny dice sin titubear “extraño a mi pueblo, quiero devolverme para allá, pero no se puede”.

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En esta comunidad no hay censo, pero exclaman con resignación que son “más de 30”

Cuenta que Güiria se volvió peligroso sobre todo para los más jóvenes. “Aquí estoy tranquila, trabajo como doméstica y la señora me deja llevarme a mis hijos y nos da la comida. Mi salario lo uso para cosas de los niños”.

Adrianny es madre soltera. Su casa es pequeña, una sala oscura y una habitación. Su mamá estaba sentada en una silla lavando arroz, como el resto de los habitantes de este lugar lucía muy delgada.

Sueños, destierro, nostalgia y hambre, así es transcurre la vida para los habitantes de la ranchería.

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Cuentan que Güiria se volvió peligroso sobre todo para los más jóvenes
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