Decía Benjamín Franklin: “El primer grado de la locura consiste en creerse uno sabio; el segundo, en proclamarlo; el tercero, en desdeñar el consejo”.
El 12 de marzo Nicolás Maduro decretó estado de alarma ante la expansión global del coronavirus; el 14 anunció cuarentena radical en 7 estados y el 16 la extendió al resto; el 11 de abril la prorrogó un mes y el 12 de mayo otro. En junio acogió esquema de flexibilización 5+10 (5 días de trabajo y 10 de confinamiento) pero el 8 lo modificó a 7+7, “modelo venezolano”, que el 4 de octubre ordenó fuera “plus” para lograr la disminución de contagios, lo que permitiría celebrar el 24 de diciembre con medidas especiales y el 31 con pernil… “navidades felices con pandemia”.
El 9 de septiembre la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales, publicó su segundo “Informe sobre el estado actual de la epidemia de la COVID-19 en Venezuela y sus posibles trayectorias”. Precisó que la principal causa de su expansión fue el subregistro de casos (estadística no ajustada a la realidad). Ató cualquier diseño de flexibilización a que se ampliaran urgentemente las pruebas RT-PCR, mínimo 8000 diarias, de forma descentralizada, abarcando asintomáticos y con entrega en máximo 72 horas, sino entre octubre-diciembre los contagios serían 14.000 por día. Pidió en tono de ruego la escucharan. No ha sucedido.
El 24 de octubre el Presidente dio la noticia de que el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) había descubierto la molécula TR10, efectiva 100 por ciento sin efectos secundarios para el tratamiento de la COVID-19. Hizo saber que presentó a la OMS los resultados y que luego de su verificación se procedería con alianzas internacionales a la producción y aporte masivo del remedio. Según, la iniciativa que originó el hallazgo fue de Rafael Lacava, Gobernador del estado Carabobo, quien dio a los expertos el nombre de la planta medicinal a analizar.
El 27 de octubre la Academia expresó no sabía de revista científica reconocida que reseñara la investigación del IVIC; que el descubrimiento de un agente con potencial activo contra cualquier patógeno no significaba se hubiera logrado el medicamento sanador; y que la OMS no era competente para registrar y fijar las condiciones de uso de fármacos, sino el Instituto Nacional de Higiene. Exhortó al Gobierno “… a no publicar información equívoca o crear falsas expectativas en la población sobre la disponibilidad de tratamientos contra la COVID-19…”.
Sobre el 7+7, Maduro criticó el “silencio mediático”. Censuró a las agencias de prensa de países desarrollados por no dar a conocer la forma como se combinó cuarentena y flexibilización para lograr disminuir los contagios comunitarios.
BBC News la calificó de “peculiar”. En artículo del 29 de junio destacó que la única parecida se implementó en Israel, 10+4, pero a diferencia de la criolla surgió de estudio del Instituto Weizmann (de los más renombrados en investigación multidisciplinaria) que le asignó fundamento biológico-matemático: el virus tiene latencia, entres días no da síntomas ni se transmite, de manera que si la persona sale cuatro la afección se manifiesta estando en los 10 de casa y el foco de contaminación será controlable fácilmente. Delcy Rodríguez participó en su momento que se adoptó por recomendaciones del IVIC y la Comisión Presidencial para la Atención, Prevención y Control de la COVID-19, pero nunca explicó el sustento.
Complejo el dilema para la nación. Sumergida en la mayor crisis de su historia debe optar entre asumir que el terrible mal está cediendo y desaparecerá pronto con la TR10 o cuidarse por sí sola de la contaminación porque tiene motivos para creer se desarrolla en plenitud. Dios quiera haya prevalecido la ética en los generadores de la disyuntiva; Dios quiera se imponga la verdad lo más pronto posible; Dios quiera después del 6 de diciembre no se den excusas para justificar una pandemia en diferido… no habría “navidades”, menos “felices”.
@doctorgoitia