viernes, marzo 29, 2024

La tragedia de Linda Loaiza revela la “cara más atroz de Venezuela”

En un artículo publicado en The New York Times, el editor del libro con el testimonio de Linda Loaiza, Sergio Dahbar, asegura que el mismo “es una denuncia y una forma de curar heridas muy profundas”

Lo que le ocurrió a Linda Loaiza López, durante 114 días, en el 2001, solo tiene un calificativo: tragedia. Durante esos meses, cuando Luis Carrera Almoina la secuestro, esclavizó sexualmente y la torturó con con sadismo, quedó plasmado en el libro Doble crimen. Tortura, esclavitud sexual e impunidad, escrito en conjunto con la activista Luisa Kislinger.

Este relato, según el editor de la obra, el periodista Sergio Dahbar, revela “la cara más atroz de Venezuela”. “A veinte años de los hechos, toda la pesadilla que vivió Linda Loaiza durante su cautiverio y la larga batalla legal que lo sucedió se cuenta” en este libro, destaca.

“Como su editor, leer el manuscrito fue una prueba de resistencia. Pasaba de una página a otra entre el espanto y la indignación”, resalta Dahbar, en un artículo publicado en The New York Times.

“A veces debía detenerme porque la maldad del agresor me repelía. O porque el sufrimiento de la víctima me resultaba intolerable”, agrega.

Cuenta que cuando terminó sintió “vergüenza con Linda Loaiza”. Y comprendió “mejor muchos de los matices de las conversaciones que habíamos tenido cuando ella y Kislinger trabajaban en este testimonio. Es una denuncia y una forma de curar heridas muy profundas”.

Expreso que, “aunque resulte doloroso e incómodo, editar más testimonios como el de Linda Loaiza es vital para mostrar la incapacidad del Estado venezolano para proteger a las víctimas de la violencia de género y de la justicia de resolver el caso”.

Asevera que “no puede seguir ocurriendo que un familiar de una víctima denuncie un caso de violencia y que la respuesta de la policía sea que es un problema de pareja. O que una mujer sea obligada entrar a la fuerza a un hotel y en la recepción no la registren con sus documentos y eso no tenga consecuencias”.

En esta historia “ese agresor es Luis Carrera Almoina. Carrera Almoina obligaba a sus víctimas a buscar su nombre en las páginas de avisos clasificados de prostitutas profesionales. También a ver pornografía y a veces a mantener relaciones sexuales entre varias víctimas”. Dahbar señala que Linda Loaiza López no fue la única. Existen al menos media decena de denuncias de otras jóvenes que nunca fueron investigadas”.

Destaca que “si existe en esta historia un malo esencial como Luis Carrera Almoina, hay una víctima que es llevada al infierno”.

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El horror

“Linda Loaiza ingresó en el Hospital Clínico Universitario de la Universidad Central de Venezuela (UCV) con el labio deformado y desgarrado.

Sus oídos presentaban heridas crónicas por golpes continuos. Tenía sangre acumulada en el abdomen. Sus senos y pezones mostraban quemaduras de cigarrillos y marcas de mordiscos. Heridas de ataduras marcaban las muñecas, tobillos y piernas.

Tenía la nariz y la mandíbula fracturadas, politraumatismo craneoencefálico y la lengua hepatizada. Padecía desnutrición. Había pasado casi cuatro meses en manos de un psicópata y tardaría seis meses en volver a caminar.

Que en pleno siglo XXI un hombre pueda hacerle semejante daño a una mujer, resulta intolerable. Que la sociedad civil mire para otro lado, por inercia o porque sencillamente la víctima es una persona desconocida y sin recursos, produce una rabia amarga.

Pero que el poder judicial del país donde suceden estos crímenes proteja al agresor en detrimento de los derechos humanos de una ciudadana inocente, es algo imposible de entender”, enfatiza Sergio Dahbar.

Sistema indolente

“Como Linda no tenía dinero, poder ni influencias políticas, el sistema de justicia que debía protegerla asumió una actitud indolente ante su padecimiento”, lamentó el periodista.

“Cincuenta y tres días después de ser rescatada, Carrera Almoina no había sido detenido. Cuando ya fue imposible sostener su libertad, recibió la medida de casa por cárcel.

Tres años y tres meses debió esperar Linda Loaiza para que comenzara el juicio. Las audiencias se diferían. Los sorteos de selección de los jurados no avanzaban. Se amenazó a los candidatos a jurados y 50 jueces se inhibieron.

Después de seis años, el caso había pasado por 97 jueces, 16 fiscales. Solo concluyó tras una huelga de hambre de 13 días en el Tribunal Supremo.

No faltaron detalles grotescos que evidencian el tipo de justicia que recibió Loaiza. La fiscal encargada de la investigación exhibió todos los prejuicios posibles contra la víctima.

La llamó promiscua y colombiana explotando el machismo y los estereotipos xenofóbicos de la sociedad venezolana. La obligó a firmar una declaración con la presión de un policía armado.

Invisibilizaron las lesiones más aberrantes de Linda. No presentaron ninguna prueba que estableciera que las lesiones las causó el acusado. La fiscal no mostró fotos que tenía en su poder en las que Carrera Almoina aparecía con Linda y otras víctimas. Ni solicitó que se realizaran pruebas de Luminol, necesarias para determinar la presencia de sangre en la escena del crimen.

A Carrera Almoina no lo juzgaron por lo que realmente había hecho. Lo hicieron por privación ilegitima de libertad y lesiones gravísimas. Tras dos juicios los condenaron a seis años de prisión. Hoy se encuentra en libertad.

Loaiza López no recibió la justicia que merecía pero no ha estado sola. Uno de sus grandes apoyos ha sido la autora de este libro, Luisa Kislinger, internacionalista y luchadora de los derechos humanos. Kislinger armó la información que ofrecen sus páginas, se apartó de la revictimización a la que suelen acudir muchos testimonios sobre mujeres agredidas para narrar, con distancia y precisión, una historia que hoy es una grave denuncia contra el Estado venezolano y un testimonio que debería avergonzar a la sociedad venezolana.

A pesar del horror de los hechos y de la impunidad que permitió un poder judicial, al leer el borrador me impresionó la capacidad de sobrevivencia de Linda Loaiza, la fuerza mayor detrás de esta historia. Desde que emergió del infierno, Linda supo que viviría para luchar contra la violencia de género, los prejuicios de las mujeres que defienden a los violentos, un sistema judicial corrupto y una sociedad permisiva que calla ante la impunidad.

En medio del padecimiento por encontrar justicia, Loaiza estudió derecho e hizo una especialización en derechos humanos. Hoy trabaja para diferentes oenegés en temas relacionados con violencia contra la mujer”, concluyó.

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