jueves, abril 25, 2024

La mujer “más fea” del mundo: su breve y triste historia

Roberto Trobajo
Roberto Trobajo
@Roberto_Trobajo

Era talentosa, pero fueron su barba, sus senos generosos y su 1.35 de altura los enloquecieron al público; así fue Julia Pastrana

La sala está oscura. Sólo una luz se enciende. La enfoca. Ella, despacio, se quita la tela negra que cubre su rostro.

El público, en absoluto silencio, espera. Aguarda con ansiedad lo que ella está dispuesta a mostrar.

Es el morbo de una época en lo que lo diferente penosamente se castiga con sorna.

Cuando la máscara cae, la reacción llega. Algunos se sorprenden, otros ríen. Muchos se espantan. Ahí la tienen, es la mujer más fea del mundo. O la mujer mono, o la mujer oso, o el híbrido perfecto que ocupa el lugar del eslabón perdido de la civilización.

Pero detrás de todos esos nombres que responden a los conceptos más crueles del marketing básico del siglo XIX que la convirtió en una rareza de vitrina está ella, Julia Pastrana.

Una joven talentosa, que canta actúa y baila como los dioses, que hace acrobacias sobre una caballo, una mujer que supera sus limitaciones y que, con gran inteligencia y capacidad, hace de ella misma un negocio. No sin dolor. 

Sus senos generosos, su barba, la piel morena, la boca prominente y su 1.35 de altura enloquecieron a las audiencias. Foto: AFP

Sus senos generosos, su barba, la piel morena, la boca prominente y su 1.35 de altura enloquecen a las audiencias.

Circos y teatros la ofrecen como un fenómeno, de esos tan típicos del momento. Las giras son interminables y el éxito parece que también.

Tanto así, que trascendió su propia vida y, momificada tras su muerte, el show continuó. Esta es la historia detrás del mito.

De la cueva al mundo

No es una certeza, pero se cuenta que Julia nació el 14 de febrero de 1834 en Santiago de Ocoroni, Sinaloa, México. 

Según uno de los tantos panfletos con los que presentaban sus espectáculos, fue criada por una indígena, Espinosa, que se separó de la tribu y, junto a ella, vivió un tiempo escondida en una cueva.

La mujer decía no ser su madre, pero se mostraba extremadamente cariñosa con ella. Por eso, cuando se casó, bautizó a la pequeña.

A partir de ese momento, cuando tenía alrededor de 2 años, comenzó a ser Julia Pastrana.

Al poco tiempo, Espinosa murió y la niña fue llevada a una población cercana donde la hicieron trabajar como doméstica en la casa de la familia del gobernador del Estado, Pedro Sánchez.

Fue allí donde conoció a M. Rates, un hombre que vio en ella y su aspecto un futuro de fama y ganancias fáciles. Vendió un terreno, con ese dinero se la compró a “su dueño” y la llevó a Estados Unidos. En ese instante se definió su destino. Uno de viajes, eternas exhibiciones, soledad, discriminación. Y éxito.

Julia debutó en el Gothic Hall de Nueva York. Foto: Wikipedia

El debut fue en 1854 en el Gothic Hall de Nueva York. Julia era genial. Además de reírse de su cara envuelta en pelo y de su cuerpo tan pequeño como exuberante, era mezzosoprano, cantaba en varios idiomas y hacía pasos de comedia hilarantemente graciosos.

El furor que generó fue tal que hasta P. T. Barnum, el rey de los fenómenos, fue a verla para contratarla. Sin embargo, le pareció tan “tan extremadamente grotesca” que decidió no hacerlo.

Pero la organización de los espectáculos era compleja y, como su manager no hablaba bien inglés, decidió contratar a un intermediario.

Ahí es cuando aparece Theodore Lent en su vida. El hombre que, de manera definitiva, terminaría de definir su futuro. Él, literalmente, se adueñó de ella.

Cleveland, casamiento y más

¡Julia Pastrana está en la ciudad!, anunciaban los carteles. Una vez más, ahora en Cleveland, la atracción que generó Julia fue enorme.

Se volvió en una verdadera celebridad arriba y abajo del escenario.

Su rol cruzó los límites del freak show y se convirtió en una extraordinaria socialité, una infaltable de las mejores fiestas y reuniones de la clase alta.

Su presencia era requerida por lo más granado de la sociedad. Asistía a todas las galas que se daban ciudad. Los hombres hacían fila para bailar con ella. Muchos, también, le ofrecieron casamiento. Al parecer, ninguno tenía la fortuna que Lent pretendía para ella, que ya había acumulado mucho dinero.

El Londres la recibieron como “La indescriptible”. Foto: Web

Junto a su “representante”, recorrió los Estados Unidos, Canadá y, finalmente, consiguió contratos en Europa.

Hicieron pie en Londres, en donde la recibieron como “La indescriptible”.

También estuvieron en Alemania, en Austria y en Polonia. El boom parecía no tener fin. 

Finalmente, en 1857, Julia y Theodore se casaron en Viena.

Algunas versiones hablan de la obsesión que él tenía por ella; otras –seguramente las más acertadas- aseguran que lo hizo para enfrentar los rumores que decían que la tenía esclavizada y que le sacaba sus ganancias. Ella era una mina de oro. Y todos lo sabían.

La ciencia hizo lo suyo

Pero en el viejo continente, Julia no sólo atrajo la atención de las masas. Su rostro y su cuerpo cubiertos totalmente de pelo negro y lacio, sus orejas y su nariz grandes y su prognatismo le daban características particulares que despertaron el interés de la ciencia. Incluso, del mismo Charles Darwin.  

“Julia Pastrana, una bailarina española, era una mujer extraordinariamente fina, pero tenía una gruesa barba y frente velluda. Fue fotografiada y su piel puesta en exhibición”, escribió el naturalista en el segundo volumen de “The Variation of Animals and Plants Under Domestication”.

Charles Darwin

“Pero lo que nos concierne es que tenía en ambas quijadas, superior e inferior, una irregular doble hilera de dientes. Una hilera colocada dentro de la otra, de lo cual el doctor Purland tomó una muestra. Debido al exceso de dientes, su boca se proyectaba y su cara tenía la apariencia de la de un gorila”.

Tiempo después, cuando su caso se estudió con mayor seriedad, se supo que padecía hipertricosis generalizada congénita, un desorden genético que hoy simplemente se soluciona con láser, e hiperplasia gingival, un crecimiento excesivo del tejido de las encías.

Embarazo complicado

En 1859, Julia quedó embarazada. A pesar de su estado, igualmente la pareja viajó a Moscú para seguir con su espectáculo.

Tal era el furor por ella en esa ciudad, que Lent hasta vendió entradas para presenciar el parto.

En marzo de 1860, el nacimiento fue complicado. El bebé llegó a este mundo con la misma condición que ella y vivió solamente 35 horas.

El postparto de Julia fue en extremo difícil, quedó muy débil. Igualmente, Lent seguía vendiendo boletos para el show.

Pero no fue posible. La joven murió cinco días más tarde. Tenía sólo 26 años.

Obsesión y negocio: el show debe continuar

Inexplicablemente –o no tanto-, Lent le vendió los cadáveres de Julia y del bebé a Sukolov, un profesor de la Universidad de Moscú, que embalsamó los cuerpos y luego los expuso en el Instituto Anatómico de esa institución.

Al igual que cuando Julia estaba viva, esta muestra también atrajo centenares de interesados. Las filas frente al Instituto eran eternas. Nadie quería dejar de ver a “la mujer barbuda”, ese “fenómeno” del que Moscú poco había podido disfrutar, aunque ahora se la exhibiera sólo con fines científicos.

La inhumanidad de Lent parecía no tener límite. Alertado por este éxito, reclamó las momias. No fue fácil, pero gracias a su certificado de casamiento, la justicia decidió que los cuerpos le pertenecían.

El cuerpo de Julia Pastrana fue momificado junto al de su hijo. Foto: Twitter Tlatoani_Cuauhtemoc

Si bien intentó armar un nuevo espectáculo que los incluía, esto no fue posible en Rusia ya que las autoridades no se lo permitieron.

A partir de ese momento, Julia comenzó una nueva una gira por Europa. Esta vez, post mortem.

Cruel destino

Siempre con las momias en su poder, Lent siguió ofreciendo sus exhibiciones en ferias, circos, museos y en todo lugar que le permitiera seguir ganando dinero. A costa de Julia.

Berlín, París, Milán, y muchas otras ciudades pudieron ver a la “mujer mono”. Esta vez, inmóvil. Esta vez, encerrada en una caja de vidrio.

Tiempo después, se volvió a casar. Ahora con Marie Bartel, también una mujer barbuda. Pero sin ningún otro talento. La llamó Zenora Pastrana, y la hacía pasar como “la hermana de Julia Pastrana”. Los cuatro –ellos dos y las momias- siguieron recorriendo el continente lucrando con los cuerpos.

Finalmente, en 1880, se instalaron en San Petersburgo y abrieron un museo de cera. Lent enloqueció y murió al poco tiempo en un psiquiátrico.

Zenora vendió los cuerpos, se afeitó y se volvió a casar con otro hombre. Hasta ahí es lo que se sabe de ella.

Las momias aparecían por momentos y desaparecían por otros. Pasaron de mano en mano, se exhibían y escondían. Así hasta 1970, cuando durante una exhibición en Estados Unidos se generó una fuerte protesta que llevó a que se las guardara.

Los restos de Julia y su hijo permanecieron en una bodega en Noruega hasta 1976. El cuerpo del bebé fue devorado por ratas. El de Julia perdió un brazo.

Regreso a casa

En 2013, 153 años después de su muerte, Julia Pastrana regresó a México.

La enterraron en Sinaloa, el sitio en el que había nacido. Desde ese momento está allí, en su lugar.

La tumba de Julia Pastrana en Sinaloa, México, adonde volvió en 2013. Foto: Web

Al final, y después de mucho tiempo, se reconoció que Julia Pastrana fue, es y será orgullosamente distinta. 

Especial hecho a partir de una investigación del diario El Clarín

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