jueves, abril 25, 2024
EspecialesOpiniónHistorias de milagros

Historias de milagros
H

El tiro impactó la cabeza. Comenzaba la noche y delincuentes  sorprendidos en fundo de Apure dispararon asegurando la huída.  Gritos, desespero, la víctima niña de ocho años.  Llegaron al hospital de San Fernando, sufre todas las carencias, es el infierno.  No hay neurocirujano en ese centro ni en el estado, había uno pero hicieron que renunciara.  La enfermera de primeros auxilios lo llamó, trabajaron juntos, era la única opción para salvarla.  En Caracas el médico, ya en cama, atendió, escuchó e interrogó, no podía excusarse… a la hora en carretera.

         El ruso, así llamaré al galeno, a las seis de la mañana estaba viendo a la pequeña.  Intervino, limpió el área lesionada para prevenir hemorragias e infección, pero hasta allí, el daño había sido muy grave, no dio esperanza.  Estuvo unos días más y  regresó a la Capital.

         A las semanas, otra vez en San Fernando porque mensualmente pasa consulta privada en esa tierra, suya porque lo vio nacer, tiene en espera a paciente por control post operatorio, sorpresa, entra aquella niña caminando normal.  No puede creerlo.  Realiza el examen de rigor. “… Sigue mi dedo con tus ojos, aprieta la mano derecha, izquierda; salta, agáchate, haz el cuatro con tus piernas…”, perfecto, un milagro.  La madre se despide dándole gracias a  José Gregorio Hernández y un abrazo a él.

         Pasa el tiempo. El ruso piensa y piensa.  En reunión familiar narra a un sacerdote lo sucedido.  “Hay que documentar el caso para presentarlo al Vaticano” dijo, pero un problema, la bendecida desapareció.  Nueva sorpresa, a los pocos días saltó a escena, como si la hubieran citado.

         La mamá nunca dudó que José Gregorio salvaría su hija y contó que esa noche de la tragedia lo vio caminar en el nosocomio con bata y cabás.  Le entregó los estudios, pero El ruso aún dudaba del milagro, no los hizo llegar al religioso de inmediato.  Arreglaba casa de campo y a eso se dedicó. Olvidó el asunto.

         Los trámites para conformar el expediente que se remitiría a la Santa Sede siguieron.  Una tarde (se alistaba para inaugurar su sitio de descanso), cuando iba a ducharse sonó el teléfono, el padre responsable del procedimiento le dijo que faltaba lo más importante, la primera tomografía.  El médico sabía la tenía pero no donde, la había buscado por todas partes y nada.  Pensaba que el resto de informes la supliría, pero no, esa prueba era fundamental.  Se paró frente al espejo del baño y como si estuviera José Gregorio lo recriminó:  “bueno, tú verás si aparece o no, a ti es a quien ayuda”.  No terminaba de vestirse y entró al cuarto la esposa, traía un CD, lo había encontrado una sobrinita curiosa en caja vieja llena de cosas  inservibles, lista para botar.  Lo saca de la funda y ve escrito PAO, el Hospital de San Fernando de Apure se llama “Pablo Acosta Ortíz”, estaba rayado, sucio, así lo metió en la computadora y al abrir:   la tomografía.  Viéndola llama al cura y da la noticia, éste llorando y riendo le contesta:   “ya lo sabía, acabo de ver a José Gregorio aquí donde estoy tomando café.”

         La historia no la supe por El ruso, vino de un gran amigo, Fernando, quien me la cuenta almorzando.  Nos reencontramos después de haber sido él operado de emergencia  para extraerle tumor maligno en el pulmón izquierdo.  Midió 2,5 centímetros.  De inmediato fue a manos del patólogo,  pero cuando fueron a analizarlo se había reducido a menos de un centímetro. Pasó a otros expertos que han concluido que el cáncer no existe.  Documentan su caso.

         Pregunté a Fernando si era devoto de José Gregorio, no, pero resaltó que hacía dos años, cuando uno de sus empleados estuvo a punto de quedar paralítico y fue sometido a delicada intervención, lo invocó, le rezó para que saliera bien.  Terminado el trance el convaleciente lo primero que le comentó fue haberlo visto, con sombrero y traje negro.  Esta persona fue de las que más rogó la ayuda del Siervo para mi amigo.

         La niña, Fernando y su empleado están vivos y sanos, son devotos. ¿Y el ruso?… ahora cuando se despide de sus pacientes o responde mensajes, utiliza la frase:  “Dios y José Gregorio Hernández te cuiden y bendigan”.   Sigue operando y dicen los que saben, sus manos son instrumento de la santidad.

@bitacorapenal

bitacorapenal.blogspot.com/

0
Me encantaría tu opinión, por favor comenta.x