Dos kilos de alas de pollo y dos kilos de yuca, esa es la parrilla con la que en tiempos de crisis se celebra el Día de las Madres en Venezuela. “Si me sale un trabajito o mató un tigrito, me reúno con mi familia para que el día no pase por debajo de la mesa”
Sentadas, ella en uno de sus muebles y yo en un banquito de plástico desgastado por el tiempo converse con Angélica Jaimes sobre la crisis del país y la celebración del Día de las Madres.
Una mujer de carácter fuerte, pude notarlo cuando cruzamos las primeras palabras.
Se ríe de todo y llora con la misma facilidad. Se nota que los años y las penurias propias de vivir en un sector popular lejos de endurecerla la hacen noble de corazón.
“Mi mamá murió esperando salir de esta pesadilla. Ella siempre me decía tranquila hija. Lo que todos queremos es eso. Yo rezo siempre por ese señor porque lo va a necesitar” nos dijo sin titubear.
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Angélica es enfermera quirúrgica y nunca ha parado de estudiar. Dice hacerlo por satisfacción personal, pues desde hace un año autoridades del Hospital Periférico de Catia le han impedido ejercer.
“Reclamar mis derechos me costó la suspensión del sueldo, ya llevo un año en esto”.
La enfermera del barrio
La pobreza en Venezuela es dura y es el grito diario de personas que no tienen ni como alimentarse.
“De donde saca la gente para comprar una azitromicina o un dexametazona” dice Angélica, quién continua ejerciendo la enfermería en el sector La Piscina de Catia.
Con sus implementos atiende a sus vecinos que enferman. Los inyecta, les mide la tensión arterial o los ayuda con medicina alternativa. “Hemos retrocedido 40 años”.
Lo reafirma su manera de curar algunos males con hierbas o cataplasmas para curar quemaduras y otras patologías.
“Yo me siento frustrada, no me dejan ejercer, pero yo ayudo a mi barrio. Pego carreras con ellos, los atiendo y ellos me pagan con lo poco que pueden”.
Para esta mujeres, como seguramente lo es para el resto de los venezolanos, la familia es el principal motor. El único aliento para intentar sobrellevar un día a día lleno de calamidad y sacrificio.
En su sector el aseo no pasa. No hay transporte así que diariamente si le toca bajar a Catia debe caminar mínimo 20 cuadras. Debe lidiar además con la falta de agua.
Por ahora Angélica mantiene guardado sus uniformes para el día en que pueda volver a su hospital. Un sitio destruido donde no hay nada para atender a sus pacientes.
Con orgullo nos mostró sus uniformes, uno de los morado, en honor al Nazareno de San Pablo, de quién es creyente, como buena caraqueña.