miércoles, abril 24, 2024

“El Tigrito en la PNB de Boleíta es la peor pesadilla de cualquier ser humano”

Los detenidos en la sede de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) en Boleíta, mejor conocida como “Zona 7”, sin duda se ha convertido en una cárcel de facto de las más terribles. Los privados de libertad que sobreviven en las cárceles y centros de detención preventiva en Venezuela son víctimas frecuentes de extorsión, hacinamiento y abandono.

En Boleíta hay una celda conocida como “El Tigrito”, donde convergen las peores pesadillas de un ser humano. En un espacio de 4×6 metros hasta hace un mes sobrevivían 15 presos. Aunque los estándares internacionales indican que cada celda de 4×4 metros debe albergar a una sola persona.

Los reos encerrados en este lugar por lo general están castigados o simplemente no tienen dinero para pagar la presunta “causa”. En este caso no la cobran los “pranes” sino los funcionarios policiales para trasladarlos a una celda con mejores condiciones.

En este calabozo no hay baños y mucho menos ventanas por donde entre un rayito sol. Debido a que antes era un sótano donde se aglomeraban los trastes viejos. Y es que lamentablemente, como denuncia constantemente el Observatorio Venezolano de Prisiones (OVP), los presos venezolanos son tratados como objetos. Para las autoridades, los privados de libertad, no comen, no respiran y mucho menos tienen derechos.

La celda castigo

Según investigó el equipo del OVP, en “El Tigrito” hay reclusos maltratados que deben cumplir turnos para recoger las bolsas con heces que acumulan los otros presos. Por supuesto, las enfermedades infecciosas son un peligro latente para estos privados de libertad. Estos tampoco tienen acceso a medicamentos o atención médica.

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Anteriormente la “celda de castigo” de Zona 7 era un pasillo de 6×12 metros. Pero fue cambiada al sótano cuando decidieron remodelar unas oficinas. El objetivo era ampliar los calabozos que no se daban abasto para la cantidad de reos hacinados en este centro de detención preventiva, donde recordemos que los detenidos no deberían permanecer durante más de 48 horas.

Con dolor y sobretodo mucha desesperación, los familiares de estos presos aseguran que “El Tigrito” debe ser clausurado para siempre. El hedor de este sitio, donde también corren aguas negras como si se tratara de un río, es tan penetrante que les resulta casi imposible respirar. Además también deben tomar turnos para dormir y el resto del día están de pie aguantando calambres tan fuertes como si les estuvieran cortando las piernas.

La llegada del COVID-19

El 5 de octubre de este año, OVP denunció junto a los familiares el cobro ilegal por “privilegios” para los reos, cuyo monto incluso aumentó desde que arrancó la cuarentena obligatoria por el COVID-19. En ese momento reseñamos que entre los privilegios por los que deben pagar los reclusos se encuentra el de poder ver la luz del día por un precio de entre 1 y 4 dólares.

“Todo depende de la capacidad que tiene la persona de palabrear al funcionario”, comentó la esposa de un recluso.

De igual manera, hace dos meses se denunció que para salir de “El Tigrito” había que pagar entre 80 y 100 dólares, y al día de hoy la situación continúa exactamente igual. Todo esto se suma a las tarifas presuntamente impuestas por los mismos policías para distribuir los insumos que llevan los familiares, tales como comida, ropa o agua potable.

“Yo vivo en otra ciudad y es muy difícil viajar todos los días para traerle comida, agua o ropa limpia, pero si no vengo mi hijo no come. A él lo tenían que trasladar pero llegó la pandemia y todo se paralizó. Nos dijeron que en unos días harán unos traslados, pero debemos pagar 50 dólares y no tengo cómo pagarles”, comentó la madre de un privado de libertad que pasó más de tres meses en “El Tigrito”.

Familiares de estos privados de libertad viven con el miedo constante de que si hablan o denuncian serán reprendidos por esto. Incluso en una oportunidad se negaron a pagar por los traslados y efectivamente los dejaron castigados en este dantesco lugar donde las horas parecen meses.

Finalmente surgen algunas interrogantes sobre ¿hasta cuándo deben sufrir estos familiares por las carencias del sistema penitenciario venezolano? y ¿cuántos presos deben morir para que el Estado tomen cartas en el asunto y acabe con tanto sufrimiento?.

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