jueves, marzo 28, 2024
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Andrés Villota Gómez
Andrés Villota Gómez
@AndresVillotaGo

El Money Doctor
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Unos cachacos que estaban hablando en la Avenida Jiménez de Bogotá al frente del edificio Pedro Alirio López, sede del Banco López, iniciaron un rumor. El banco está muy mal porque el dueño del banco se dedica al negocio del café y el precio del grano ha caído en los mercados. Los clientes del banco corren apresurados a retirar sus depósitos porque “el banco está muy mal” y se quiebra el banco por la desconfianza generada por el rumor que promueve la corrida masiva de los depósitos.

Ante la imposibilidad de atender a todos los clientes por la inexistencia física del dinero en las bóvedas del banco, porque el dinero se lo prestaron a los que lo necesitaban, el banco entra en una causal de liquidación. Los ahorradores que tenían su plata en el banco y que no alcanzaron a hacer el retiro de sus ahorros, los pierden. Esa fue la constante durante la época de la Banca Libre, cuando cualquiera abría un banco en cualquier parte y emitía dinero que era aceptado de acuerdo al nivel de confianza que inspiraba el dueño del banco, cuando se perdía la confianza en el banquero, se quebraba el banco.

Gracias a que el dueño del banco y sus clientes era gente divinamente de Bogotá, el presidente Pedro Nel Ospina no dudó en usar el patrimonio de Colombia para pagar las acreencias de Pedro Alirio. Patrimonio que, por ese entonces, estaba bastante abultado porque Estados Unidos acababa de pagar la indemnización por haberle quitado Panamá a Colombia.

El Ministerio de Agricultura colombiano funciona hoy en el edificio Pedro A. López porque el Estado colombiano se lo compró a Pedro Alirio de contado para que tuviera la plata necesaria para devolverle los ahorros a sus clientes. El presidente Pedro Nel Ospina para hacer eso, pagarle las deudas al papá de Alfonso López Pumarejo y al abuelo de Alfonso López Michelsen, fundó de emergencia el Banco de la República (Banco Central colombiano).

La creación del Banco de la República había sido la sugerencia previa, hecha por Edwin Kemmerer que se hizo conocido en Latinoamérica por su apodo del “Money Doctor”, remoquete que se ganó por entregarle la receta a los gobiernos de la época para fabricar y controlar la moneda nacional a su antojo. Un alquimista que introdujo la fórmula mágica para crear riqueza de la nada, emitiendo moneda para poder pagarle todo a todos los burócratas pero manteniendo la inflación en unos niveles tolerables.

En los años setenta del siglo pasado, después de desmontar la convertibilidad del dólar en oro, los bancos centrales de las economías más evolucionadas y desarrolladas crearon un grupo de autorregulación porque era evidente la avalancha de desmanes, excesos y tentaciones que iba a traer la aparición de las monedas fiduciarias o dicho de otra manera, la emisión de moneda sin respaldo en metálico. Basilea fue el nombre que recibió ese grupo de banqueros centrales de las principales economías del mundo al que, con el tiempo, se le unieron los bancos comerciales privados más importantes a nivel global.

Hace más de 10 años, fue la reunión de Basilea III que necesitó de una preparación para que entrara en vigencia lo acordado en sucesivos encuentros previos. Lo que se dijo en ese momento, post crisis financiera del 2008, era que los bancos se debían fortalecer patrimonialmente y que debían ser “sinceros”, decir la verdad sobre lo que tenían realmente en sus balances y sus niveles reales de solvencia que les permitiera responder de manera suficiente frente a lo que le pasó al banco de Pedro Alirio.

Con el tiempo, el banquero ha revaluado la posibilidad de incurrir en el riesgo moral que no es otra cosa que la actividad bancaria irresponsable en la administración del ahorro del público porque sabe que, sí se quiebra, el Estado paga como lo hizo en la quiebra del banco de Pedro Alirio. La contraparte de ese riesgo es la falta de disciplina de mercado porque a los ahorradores no les va a importar, tampoco, guardar su plata en cualquier banco sin un análisis de riesgo previo, si saben de antemano que el Estado les devuelve sus ahorros en caso de emergencia.

Con el cuentico de la independencia de los bancos centrales para que no fueran utilizados como la caja menor de los gobiernos de turno, se convirtieron en feudos inexpugnables en los que el director del banco y sus codirectores, son burócratas incuestionables e intocables. En Colombia, la supuesta independencia de los directores del banco se perdió desde que Juan Manuel Santos nombró en ese cargo a su jefe de campaña presidencial y miembro de la junta directiva de su Fundación Buen Gobierno (la que desaparecieron). El director actual del banco  fue vice Ministro de Hacienda de Ernesto Samper Pizano. La pretendida independencia se acabó porque dejó de ser un cargo técnico y lo convirtió, el ultrasantismo, en un cargo político.

El banco central colombiano aparte de su función de emitir billetes, determinar la tasa de intervención, ser el prestamista de última instancia y regular la masa monetaria para controlar y evitar el alza de la inflación, todas actividades que van en contra del libre mercado y de la actividad eficiente de la economía, también se dedica a administrar la deuda pública de la nación, a administrar un sistema de negociación de TES que se conoce como el SEN, a llevar registro sobre las operaciones que hacen los colombianos en moneda extranjera, a administrar un sistema de pagos, a promover la cultura comprando obras de arte para su colección particular y es el gran financiador de programas de estudios superiores en el exterior para todos sus empleados.

Napoleón Bonaparte cuando desarrolló el concepto original de banco central, no se imaginó que el banco central de Colombia, con la plata de todos los colombianos, le iba a comprar “La Lechuga” a los jesuitas o a pagar costosísimas maestrías y doctorados a un montón de jóvenes colombianos para, a su regreso, ponerlos a hacer ensayos sobre el cultivo del ñame o sobre la informalidad en Valledupar o para mandarlos en comisión a la Superfinanciera, a la AMV, a la UIAF o a cualquier otra entidad que se quiera hacer cargo de los egresados del “programa” de estudios superiores del banco.

Tras la absorción de la Reserva Federal de los Estados Unidos por parte de la Secretaría del Tesoro estadounidense, ha surgido una tendencia global para que desaparezcan los Bancos Centrales porque se hace innecesaria su labor de guardianes de la inflación, si las economías vuelven a valer lo que de verdad valen. Lo que viene en los próximos años va a ser un ajuste a la realidad. Se van a “desinflar” las economías y el valor de las cosas va a volver a sus justas proporciones.

Eso parece no entenderlo el ala de ultraizquierda del partido Demócrata de Joe Biden que aspira a tumbar a Jerome Powell para imponer en la Reserva Federal a algún activista del movimiento ultramarxista WOKE. El objetivo es poder financiar a la “justicia climática”, entre otras majaderías, mediante la emisión desbordada de más dólares que representa enormes ingresos para las arcas de oenegés inescrupulosas que viven de justificar la emisión de dinero sin respaldo para poder satisfacer sus caprichos burgueses.

Ante la negativa de permitir una gran auditoría a la Reserva Federal de los Estados Unidos y ante la inutilidad de su existencia, han aparecido voces como la de Ron Paul y de otros miembros del prestigioso Mises Institute, exigiendo que una vez se haga y se termine con la auditoria a la Fed, se proceda a su liquidación. No se trata de una voz aislada en el mundo. Los bancos centrales están en vía de extinción.

Cambios profundos en el sistema financiero global, en los sistemas de pagos, el reemplazo del dinero en efectivo por monedas digitales que va a herir de muerte la actividad de los políticos corruptos y de las economías ilegales por la trazabilidad de los movimientos financieros, el retorno del patrón oro, la implementación de GESARA y de Basilea III, son todos procesos que ya están en marcha, sumado a que los Estados van a reducir sus tamaños, su intervencionismo irracional y van a ser despedidos millones de burócratas en todo el mundo por su actividad inútil e innecesaria. La obra del Money Doctor entró en desuso.

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