miércoles, mayo 1, 2024
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Andrés Villota Gómez
Andrés Villota Gómez
@AndresVillotaGo

El Mariel de Gustavo Petro
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En abril de 1980, hace justo 42 años, un conductor de bus municipal estrelló, deliberadamente, su automotor contra la puerta principal de la Embajada de Perú en La Habana, Cuba. La intención del señor conductor era pedir asilo político ante el gobierno peruano, hastiado de vivir en una dictadura genocida, acosado por el hambre, la violación sistemática de los derechos humanos y la pérdida absoluta de la libertad. Aprovechando la oportunidad, todos los pasajeros del bus, se le unieron en su propósito y fueron acogidos en territorio peruano.

Fidel Castro, como buen tirano, desconoció la figura diplomática del asilo y la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas, descalificando a los cubanos que escaparon de sus garras, acusándolos de ser antisociales y depravados sexuales con el aplauso de los escritores ultracastristas, Gabriel García Márquez y Juan Bosh Gaviño que se encontraban, en primera fila, presenciando el discurso del dictador. También, retiró la escolta y la protección policial que tenía la sede diplomática del Perú, lo que fue aprovechado por miles de cubanos que llegaron a la embajada con la misma intención que la de los pasajeros del bus.

El pueblo cubano había respaldado una revolución que cambió a Fulgencio Batista por Fidel Castro, un dictador peor, mucho más atroz, sanguinario y salvaje. La solicitud de asilo de ese conductor de bus se convirtió en un gran estallido social, una inmensa protesta social que le permitió a los cubanos decirle a Fidel y Raúl Castro, en su cara, que eran unos desgraciados, asesinos, cobardes, criminales, cuando fueron a los alrededores de la Embajada del Perú a tratar de apaciguar los ánimos.

La KGB soviética le aconsejó a Castro que dejara salir a los que se quisieran ir, no sin antes, darles unas buenas palizas, echarles bala y usarlos para amedrentar a los que se les ocurriera hacer lo mismo para que no le dañaran más, su imagen ante el mundo. Fidel Castro le hizo caso a lo que le mandó a decir el dictador Leonid Brézhnev, pero también incluyó dentro de ese grupo de cubanos a los enfermos mentales, a los homosexuales y, a los asesinos más peligrosos que sacó de las cárceles para embarcarlos hacia los Estados Unidos en el puerto de Mariel.

Un megalomaníaco como Fidel Castro, en medio de su delirio de grandeza, al perder el control sobre una situación, se vuelve agresivo contra todos los que considera como sus enemigos porque le quieren hacer daño. La paranoia es un rasgo del megalómano. Su enemigo era los Estados Unidos y como el comunista promedio es homofóbico, Castro creyó que le iba a hacer mucho daño a la sociedad estadounidense enviándole barcos llenos de homosexuales, iba a sobrecargar el sistema de salud con los enfermos mentales que sacó de los manicomios e iba a crear caos y violencia en las calles con los asesinos que sacó de las cárceles cubanas.

El 9 de abril de 1948, Fidel Castro, ya había experimentado esa sensación de perder el control de una situación, después de acompañar a Roberto del Pino a asesinar a Jorge Eliecer Gaitán. La siguiente parte del plan para consolidar la revolución y presionar la renuncia de Mariano Ospina Pérez, era secuestrar a dos de los hijos del presidente.

Los jesuitas que habían llegado a Colombia, huyendo del Terror Rojo de Francisco Largo Caballero, líder supremo del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) que ordenó el exterminio de todo el clero católico, conocían a la perfección el accionar cobarde de los comunistas por lo que habían ordenado, desde temprano, la evacuación de todos los niños del colegio.

Cuando Fidel Castro llegó al colegio, lo encontró vacío. Montó en cólera y le ordenó a la chusma que lo acompañaba, destruirlo todo e incendiar los salones de clase porque, en ese momento, los jesuitas eran sus enemigos que le habían dañado la misión encomendada y peligraba el bono de éxito que le prometió el presidente venezolano Rómulo Betancourt que, a su vez, era la marioneta de Stalin.

Es tan proverbial la megalomanía de Fidel Castro que, cuando el canadiense Justin Trudeau tomó medidas agresivas en contra de la protesta social pacifica de los conductores de camión porque los veía como sus enemigos que lo querían tumbar, los canadienses empezaron a decir que Trudeau era hijo de Fidel Castro. También, Adolfo Hitler, otro megalómano comunista, cuando se dio cuenta que había perdido la guerra, le dio la orden a Albert Speer de destruir toda la infraestructura civil alemana porque creía que el pueblo alemán estaba en contra de él, era su enemigo y que por eso había perdido la guerra.

Gustavo Petro, otro megalomaníaco comunista (aunque suene a redundancia), perdió el control de la situación. En medio de su delirio de grandeza, se daba como seguro ganador en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del año 2018. Perdió, y culpó de su revés a todos los colombianos que los ve como sus enemigos por no haberlo elegido, a él, un iluminado, un ungido.

Su primera reacción fue agredirlos, amenazarlos a todos con unos escuadrones fascistas que iban a sembrar el terror en las calles colombianas. Cumplió con sus amenazas. Resucitó al M-19, creó La Primera Línea y se apoderó de la Guardia Indígena que Juan Manuel Santos había convertido en el primer Grupo Paramilitar colombiano, armado y equipado por el Estado durante su gobierno.

En medio de sus delirios de grandeza, asumió que nadie se iba a dar cuenta sí se robaba el resultado de las elecciones parlamentarias, pero lo pillaron y lo denunció la oenegé Transparencia por Colombia, con miles de pruebas en su contra.  

Nombró como su candidata a vicepresidente, a una militante de su propio movimiento político lo que le quitó la posibilidad de hacer crecer su votación, a la vez que los partidos políticos con los que pretendía hacer alianzas, le dieron la espalda cuando el grupo terrorista ELN anunció su apoyo a la campaña presidencial del Pacto Histórico.

El desespero causado por saber que está perdiendo la oportunidad de ser elegido como presidente de Colombia en las urnas, le hace ver a los colombianos como sus enemigos porque no lo van a elegir y porque, si quiere repetir el fraude electoral del congreso, le va a quedar mucho más difícil justificar el resultado si no tiene un parapeto que valide los votos necesarios para darle la victoria, que le deben aparecer en la Registraduría bajo el mando de Alexander Vega.

La agresividad mostrada por Petro, contra los colombianos, confirma que los sigue viendo como a sus enemigos. Una muestra de su agresividad fue el haber incluido en su equipo de campaña a los más prominentes ultrasantistas, los miembros del equipo de gobierno de Juan Manuel Santos, el gobierno percibido como el más corrupto en los 200 años de vida republicana de Colombia. Con el fichaje del ultrasantista Alfonso Prada, por ejemplo, anuncia que durante su gobierno va a volver el saqueo inclemente del erario público, el robo del patrimonio de todos los colombianos.

La propuesta del perdón social para los corruptos, convocó al ultrasantismo no solo por el concepto de la psiquiatría francesa del folie à deux (locura compartida) en la que Santos y sus pocos seguidores siguen teniendo delirios de grandeza iguales o peores que los de Petro sino porque, con Petro en el poder, se va a perpetuar la impunidad en el caso de Odebrecht, las Altas Cortes van a seguir permitiendo que Colombia siga siendo el único país en el mundo en el que no le pasó nada a ninguno de los altos funcionarios involucrados en esa trama de corrupción.

También, puede ser una oportunidad de oro para recomponer sus finanzas personales, en caso de que sea verdad ese rumor que dice que el principal banquero de los corruptos se quebró y que perdieron toda su fortuna mal habida, los más corruptos del planeta.

Es evidente la intención de Gustavo Petro de seguir causándole daño a los colombianos, sus enemigos, abriéndole las cárceles a los corruptos que sirvan de parapeto para justificar la aparición de los votos que, en franca lid, jamás  conseguiría. Y para que hagan parte de su gobierno y colaboren en el desfalcó más grande de los recursos públicos que haya tenido lugar en Colombia, incluso peor, que el saqueo ocurrido durante los ocho años del gobierno de Juan Manuel Santos.

El Mariel de Gustavo Petro va a llenar de corruptos a la sociedad colombiana sacándolos de las cárceles, a unos, e invitándolos a su equipo de gobierno a los que aún gozan de libertad. Los barcos se están llenado de los más corruptos, depende de los colombianos que esos barcos puedan zarpar y llegar a puerto seguro.

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