miércoles, abril 24, 2024

El dolor más desgarrador de una madre: enterrar a un hijo

Carolina recibió una llamada en su habitación a las 4:00 a.m. pidiendo la autorización para desconectar a su bebé que tan solo tenía unas horas de vida: “señora necesitamos la cama, puede venir a despedirse del niño”

Carolina con tan solo 26 años padecía de una enfermedad crónica llamada Lupus eritematoso sistémico (LES), una enfermedad incurable. Ella se encontraba en la espera de su bebé, un varón que llevaría por nombre Miguel, como San Miguel de Arcángel.

Aún con una enfermedad tan profundamente desgastante y poco predecible, pudo llegar a los términos completos de su embarazo, los nueve meses de gestación.

Su última consulta

Ella asistió a lo que sería su último control en la Clínica Privada del Centro Médico Docente la Trinidad, antigua Clínica Sanitas.

Este centro privado pertenecía a uno de los seguros con mayor credibilidad y coberturas, (Sanitas de Venezuela), justo para ese mismo año 2017, corría la voz de la venta de la clínica y el seguro se iría del país.

La calidad del servicio que le prestaban iba en decadencia y ya no había tiempo para cambiar de aseguradora. En su última consulta la doctora le indicó la fecha para el nacimiento del bebé; cesárea porque no podía dar a luz de manera natural por su enfermedad.

El 21 de noviembre estaba programado todo, sin embargo, se adelantó una semana el parto.

Las horas más desesperantes

Fue un jueves por la tarde, el último día de clases en su universidad, fatigada y con “dolores estomacales”, así pasó un par de horas, sintiéndose mal; decidió llamar a su doctora explicándole los síntomas que tenía, “tranquila eso es normal, tomate una Buscapina y listo”, aseguro la obstetra.

Realmente Carolina estaba desesperada pues, sin saberlo, había entrado en proceso de parto, pasó la madrugada de un lado a otro, incomoda. Esperando y dudosa de las indicaciones de la doctora se fue con su madre hasta la clínica en La Trinidad.

Una clínica negligente

Entró por la emergencia, miró de un lado al otro y solo había una recepcionista y el vigilante, el proceso de explicación de lo que estaba ocurriendo más el ingreso fue de al menos una hora, mientras los dolores eran cada vez más duros.

Al fin ingresó a un cubículo pequeño, a la espera que la evaluaran, la enfermera de turno, según Carolina, estaba de mal humor y su trato no era el más adecuado.

La doctora de guardia le realizó un tacto vaginal a confirmando que tenía dilatación, “pero no fue suficiente para entrar a una labor de parto”, aseguró la profesional.

Carolina le respondió, “doctora yo tengo Lupus mi intervención debe ser por cesárea, y debe ser ya, no aguanto”.

Mientras esperaba por su médico de cabecera, transcurrieron más de 5 horas; acostada sintió los fuertes movimientos de su bebé y, entre súplicas, pidió ser intervenida y traer a su hijo al mundo.

Después de dos horas apareció la doctora que se encargaría de todo el proceso de parto.

“Carolina te vamos a ingresar a pabellón, todo saldrá bien te haremos, como habíamos quedado, una cesárea”.

Un pasillo largo y vacío, así la esperan a ella

No había casi nadie, había algunos pacientes en recuperación, tres enfermeras, una anestesióloga, un doctor y la que se encargaría del resto del parto.

“Carol tu tranquila, te cuento la anestesiología es nueva, ella te pondrá la anestesia epidural”.

Tres veces la inyectaron y ninguna agarraba la anestesia, la doctora entre voces decía, “hay que dormirla completa los estamos perdiendo, hay que intervenirla ya”.

La acuestan en la camilla de nuevo, en la llamada posición de cristo, la doctora le explica que ya hay que sedarla por completo porque no le agarro la epidural.

“Doctora proceda, porque yo siento que algo malo le está ocurriendo al bebé”

Mientras esto pasaba Carolina escuchaba como las enfermeras decían, “falta guantes, apúrate falta inyectadoras, corre trae tapabocas”.

El doctor que se encontraba en pabellón para distraer la atención de lo que ocurría en el lugar bromeaba con la lámpara quirúrgica, la cual estuvo a punto de caer en la cara de la paciente.

Comenzó el conteo de la anestesia y ya el desespero en pabellón iba bajando su volumen, todo quedó allí.

Todo había terminado

Carolina despertó en recuperación miró a los lados, no había nadie, estaba sola, vió una señora de limpieza y le hizo señas para que llamara a una enfermera.

“Niña ya viene tu doctora ella tiene algo que decirte”, por supuesto Carolina se esperaba lo peor y entre señas pedía ver a su bebé Miguel.

Las horas más desgarradoras

“Como sabes la cesárea fue muy complicada porque se esperó mucho para intervenirte, el bebé comió sus propias heces, él está en terapia intensiva, pero tranquila se va a recuperar”.

Aquí llego el comienzo de un vacío, llena de confusiones y preguntas que rondaban su cabeza, Carolina fue traslada a su habitación, después de esperar tanto le permitieron ir a ver a su bebé en terapia intensiva a las 11:00 p.m. más de diez horas después del nacimiento del niño.

Terapia intensiva

“Allí estaba él, chiquito; frágil, con sus ojitos tapados en una incubadora de terapia intensiva neonatal, lo toqué y le agarré su manito chiquita. Todo estaba paralizado, solos él y yo, hasta que el turno del tiempo se me acabó, me tocó irme y dejarlo allí solito y con mi fe puesta en Dios para curarlo”, señaló.

Carolina fue trasladada a su habitación, allí la espera el amor de su vida, su madre, llorando y en su mano un rosario pidiendo por su nieto.

La peor llamada de su vida

Las horas pasaron y el sueño las venció, Carolina recibió una llamada en su habitación a las 4:00 a.m. pidiendo la autorización para poder desconectar a su bebé que tan solo tenía unas horas de vida: “Señora necesitamos la cama, puede venir a despedirse del niño, tenemos que desconectarlo”.

Así es, necesitaban la cama para otro niño, eso significaba apagarle la posibilidad de vivir a Miguel Alejandro.

A Carolina, junto a su madre y su tía, les tocó despedir un ángel que, por negligencia médica, no fue atendido a tiempo.

La despedida de Miguel

La mamá de Miguelito entró al lugar donde vería a su hijo por última vez vivo, “lo cargué, me despedí y le pedí perdón porque no pude hacer más por él, mi vida se me fue, a mí me enseñaron que los hijos entierran a los padres no los padres a los hijos”.

Las enfermeras sacaron a Carolina y desconectaron al pequeño Miguel, su luz se apagó, y quedó una familia destruida por la falta de humanidad.

Carolina, unas horas antes entró a la clínica con su bebé, y salió con tan solo una caja pequeña blanca, el cuerpo de Miguel y unas disculpas por el parte médico.

Al final todos cobraron, pero el seguro les faltó cubrir la ética.

Carolina realmente lleva por nombre Dayana, profesional de la comunicación social, hoy escribe y narra la cronología del duelo más profundo de enterrar a un hijo por culpa de la negligencia médica y la falta de ética en Venezuela. La inhumanidad hecha personas y la falta de sensibilidad en profesionales de la salud que no llegaron a tiempo.

Desconectaron una vida, no una máquina.

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