jueves, abril 25, 2024

ABUELOS VENEZOLANOS: cuando envejecer se convierte en una sentencia a la soledad o la muerte

Un grupo muy pequeño de abuelos en Venezuela tiene acceso a la salud privada, más de 40% ha tenido que reducir la ingesta de alimentos y la diferencia entre el monto de las pensiones que reciben, en comparación con la de otras naciones de la región es impresionante

Gabriel, Nelson, Francesco, y Carmen son cuatro abuelitos que pasan de los 80 años. Sus nombres son otros. Pidieron anonimato porque temen perder su pensión del Ivss.

Pero, el caso es que son el reflejo de la tortura que significa envejecer en esta Venezuela que, según Nicolás Maduro, “se arregló”.

Llegar a la tercera edad, en este país, donde se supone que el sistema al que le dieron su vida entera trabajando, les debe retribuir con una existencia digna, es una especie de sentencia, si no a la soledad, lo es al miedo y en el peor caso, a la muerte.

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Mis hijos me cuidan

Gabriel llegó de Perú al final de la década de los años 70, cuando Venezuela era “la Meca” para los migrantes de América Latina y se pensaba que “cada venezolano tenía un chorro de petróleo en su casa”.

Actualmente tiene 82 años y es maestro de otras. Llegó al país a trabajar con una empresa que tenía diversas construcciones en el país y ya para 1981 se había traído a toda su familia.

Han pasado más de 40 años desde ese día de agosto en que pisó Caracas. Se nacionalizó, se adaptó y se hizo un venezolano más.

“Aquí levanté a mi familia, con mi trabajo como maestro de obras en empresas privadas. Nunca tuvimos muchos lujos, pero mis cuatro hijos crecieron, estudiaron, se hicieron profesionales y progresaron en ese país que nos abrió las puertas”, relata para Impacto Venezuela.

Cuenta que todos sus hijos estudiaron en colegios y universidades públicas y se graduaron, de manera que “tras llegar de Perú prácticamente sin nada, logramos levantarnos y progresar”.

Cuando cumplió 60 años, como corresponde por Ley, Gabriel pudo acceder a su pensión del Ivss, aunque seguía trabajando. Pero, al cumplir 70 años, en la empresa donde laboraba, un buen día le dijeron que tenía que irse, “porque estaba muy viejo”.

“Me pagaron mi liquidación. Era el 2010, Hugo Chávez gobernaba y comenzaba a vislumbrarse la crisis, pero la pensión aún me daba alguna tranquilidad, porque no quería ser una carga para mis hijos”, destaca.

Dice que le detectaron hipertensión y se enfermó de la próstata y, además, “me hicieron un cateterismo.  Todo lo pagaron mis hijos, a través de los seguros privados de las empresas donde trabajan, porque para ese entonces, acudir a un hospital público ya era un riesgo”, señala.

Dice que han pasado los años “y cada vez me hago más viejo. Aunque tengo controlados mis padecimientos y estoy relativamente sano, me pongo a pensar ¿qué sería de mí si mis hijos no me cuidaran? Mi pensión no alcanza para nada. Ahora que aumentaron a unos 30 dólares, algo puedo comprar. Mis hijos se molestan porque me empeño en contribuir para la casa, pero quiero sentir que soy útil y que aporto”, enfatiza.

Gabriel no está solo, sus cuatro hijos están pendientes de él, pero, igual se angustia, “porque no somos millonarios, por eso me cuido mucho, para no enfermarme. Además, quiero ver a mi nieta”, concluye, en referencia a que su nieta mayor, quien nació aquí, forma parte de esos 6 millones de venezolanos que migraron.

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El amor de los hijos

Nelson tiene 81 años, nació en el oeste de Caracas, no pasó del bachillerato, pero toda su vida trabajó “en lo que salga. He sido plomero, albañil, taxista, pintor”, relata.

Se casó muy joven, es padre de seis hijos, dos propios y cuatro ajenos, “pero que crié como míos”, menciona orgulloso.

El año pasado, Nelson sufrió “una caída tonta”, como él mismo describe al accidente doméstico que actualmente lo mantiene casi postrado en su cama.

Su hija, María (nombre ficticio), relata que el anciano que cumplió 81 años en marzo, “se cayó de madrugada, saliendo del baño. Solo resbaló, dio un mal paso y la pierna le quedó doliendo.  Lo tuvimos unos días en casa, poniéndole compresas y dándole antinflamatorios que nos recomendaba una vecina enfermera”, subraya.

No obstante, al ver que el dolor y la inflamación no se calmaban, los hermanos decidieron llevarlo al hospital Pérez Carreño, donde trabaja esa vecina. Tuvo suerte de que así fuera, porque por la pandemia no recibían casi pacientes.

“Tardamos un mundo en bajarlo por las escaleras, porque en el edificio el ascensor estaba dañado. Y en el hospital se demoraron horas en atenderlo. El diagnóstico fue que se le había zafado el fémur de la cadera y había que operarlo”, lamentó la hija.

Allí comenzó el calvario para la familia. “El problema no solo era la pandemia, sino que la operación era para colocarle una prótesis o un tornillo que costaban entre 600 y 800 dólares”, cuenta María.

Sin embargo, de inmediato, la familia se activó para reunir el dinero. Dos de los hermanos son profesionales universitarios, el resto trabaja en lo puede y por fin lograron operarlo.

Pero, para llegar a ese día, pasaron seis meses. “Tuvimos que esperar hasta juntar el dinero, esperar para que haya cupo en el hospital, esperar porque el médico se enfermó de COVID-19. Pero lo logramos. En diciembre del 2021 lo operaron. Aún está en recuperación, tiene que hacer terapia que pagamos en dólares, pero allí está”, dice la hija.

“El amor de mis hijos me tiene aquí. Ahí voy, poco a poco y como puedo, pero gracias a ellos”, enfatizó en anciano, a quien su pensión le alcanza “para que mi hija compre alguna cosita, fruta, galletas, porque no da para más”, finaliza.

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Vivir solo, por decisión propia

Francesco nació en Italia, tiene 85 años. Tuvo cinco hijos y hace 10 años falleció su esposa. Tres de sus vástagos regresaron a la tierra de sus padres y dos se quedaron en Venezuela.

“Mi papá decidió vivir solo, no ha habido manera de que se quiera venir con nosotros. Hay una señora que lo cuida, va a diario, le echa un ojo, le lava, plancha, limpia y está pendiente, pero solo eso. Él dice que así está bien”, asevera una de sus hijas, quien confiesa que vive muy angustiada.

“Pero qué se puede hacer, es muy terco. Gracias a Dios no tenemos problemas de dinero, a él  le llega su pensión desde Italia y también tiene la pensión del Ivss, porque trabajó muchos años como ingeniero”, agrega.

A Francesco le gusta vivir solo porque “me siento fuerte y aún puedo ser independiente, cuando sienta que ya no puedo, tendré que resignarme, pero mientras tanto no. Me puedo hacer comida y mis cosas básicas, salir a pasear cerca de casa y regresar”, cuenta el abuelo, en su acento italiano que, pese a los años, no ha perdido.

“No me voy de Venezuela, porque me acostumbré, este país me conquistó y me quedé. Mi esposa murió hace 10 años y nuestros amigos están aquí. Poco a poco han ido desapareciendo, pero, aun así, no me voy. Qué haría viviendo con mis hijos en un país donde ya casi no conozco a nadie. Por lo menos aquí tengo a mis conocidos, mi calle, el quiosco, la panadería donde me conocen y me dan los chachitos como me gustan”, dice, entre risas.

Los adultos mayores , jubilados de organismos del Estado sufren por lla precariedad de su situación. Foto cortesía

La crisis en su máxima expresión

Carmen llegó a Caracas, procedente de Mérida, cuando tenía 18 años, hoy tiene 88. Pronto comenzó a trabajar como recepcionista y luego como secretaria, en una empresa de seguros, donde conoció “al amor de mi vida”.

Tuvo tres hijos, dos varones y una hembra, de esa relación y su vida transcurrió relativamente feliz.  Con cinco nietos y hasta dos bisnietos, pensaba que su vejez sería tranquila.

Ella alquilaba las dos habitaciones de su apartamento en el centro de Caracas y con la pensión tenía ingresos “más o menos decentes”, cuenta su hijo menor.

Todo estaba bien “hasta que se le ocurrió vender el apartamento y mudarse al interior, al estado Lara, porque siempre le gustó Barquisimeto y, aunque iba a vivir sola, estaba cerca de mi hermano mayor”, añade.

Lamentablemente, “mi hermano sufrió un accidente que le quitó la vida a las pocas semanas, por la gravedad de las lesiones y mami cayó devastada”, cuenta.

Entre los hijos que le quedaban la convencieron de vender la casita en Lara y mudarse nuevamente a Caracas, pero, esta vez, con su hija, quien era conserje en unas residencias en el este de Caracas.

A Carmen no le gustó mucho la idea, porque estaba acostumbrada a vivir sola, pero se mudó con su hija.

Sin embargo, la fatalidad seguía acompañando a la mujer. Su hijo menor enfermó de cáncer en la garganta y se mudó con él, a una pensión donde él vivía.

Carmen usó los ahorros de la casa que vendió en Lara para pagar parte del tratamiento de su muchacho.

“No recibíamos mucha ayuda de mi hermana, porque a ella tampoco le iba muy bien”, relata el hijo. Agrega que, “gracias a Dios superé el cáncer, pero mi mamá se quedó sin medio”.

Entre tanto, la crisis de Venezuela iba recrudeciendo, a tal punto que sus nietos mayores, se fueron del país y al poco tiempo se llevaron a su mamá para Argentina.

“Ya era el año 2015. Yo comencé a trabajar nuevamente como chofer y mi mami vivía con una sobrina, a cuyo marido no le gusta mucho esa situación. Luego, me ofrecieron trabajar como conductor de autobús para los Valles del Tuy y acepté. Allá conocí a la que es mi pareja y nos mudamos, con mi mamá”, afirma.

Carmen tiene su pensión del Ivss, su hijo apenas gana como chofer, junto con la pareja que trabaja como secretaria, ahora para el gobierno de Miranda.

La hija y los nietos le mandan algo desde Argentina. “Pero, siento que mami lo perdió todo”, dice el hombre.

Actualmente, Carmen no sale de la cama. Tiene osteoporosis y es hipertensa. Aún conserva la linda sonrisa que tiene desde siempre, pero, su mirada es triste.

Adultos mayores haciendo cola para cobrar la pensión. Foto cortesía

Los más golpeados

La ONG Convite reveló el mes pasado que solo 2% de los adultos mayores en Venezuela puede acceder a la salud privada y 42% reduce sus porciones de comida.

Solo en el 2021, la asociación detectó que 700 mil abuelos se encontraban en condiciones de soledad, debido a la migración, además de otros miles que se han convertido en criadores de sus nietos, precisamente, porque sus hijos se han ido del país.

Aunque tienen la pensión y algunos de los bonos gubernamentales, la ONG alerta que las necesidades de los adultos mayores no se cubren con esos ingresos.

La diferencia entre el monto que los ancianos reciben por su pensión en Venezuela, frente a la que perciben en otras naciones, es abismal. En países de la región, las pensiones van desde los 230 a los 650 dólares.

El pasado 29 de mayo se conmemoró el Día del Adulto Mayor. La administración de Nicolás Maduro emitió un comunicado felicitando a los abuelos, pero la pensión que les otorga apenas si les alcanza.

La Asamblea Nacional chavista sancionó el año pasado la Ley de Protección al Adulto Mayor que parece ser letra muerta.

Desde el Comité de Pensionados, denunciaron que gran parte de este grupo de venezolanos “está viviendo de la caridad pública”.

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