viernes, marzo 29, 2024

RELATOS PERIODÍSTICOS DEL 11 DE ABRIL del 2002: el día que cambió la historia de Venezuela

Han pasado más de dos décadas del aquel 11 de abril del 2002, cuando los periodistas que cubrieron estos hechos vieron la historia pasar frente a sus ojos

El 11 de abril de 2002 marcó la vida de Venezuela y cada historia contada por cada periodista que cubrió una parte de estos hechos forma parte de ese gran rompecabezas que a 21 años sigue dando de qué hablar.

Esto es lo que vi y viví ese 11 de abril.

Como todos los jueves en la mañana, el 11 de abril de 2002 estaba convocada una sesión en la Asamblea Nacional. Pero, no hubo orden del día. Es más, no hubo plenaria.

Durante toda la semana hubo protestas, un llamado a paro y la tensión era tal que se podía sentir en el ambiente.

Hugo Chávez Frías o sus ministros protagonizaban cadenas de radio y televisión continuamente y en el Parlamento no se hablaba de otra cosa que de la marcha que se haría hasta Pdvsa-Chuao, al este de Caracas.

La manifestación era para apoyar a los gerentes a quienes Chávez despidió el fin de semana anterior.

¡”Fuera, fuera, fuera”!, gritaba un Chávez enardecido, coreado por sus acólitos, con un pito en la mano, el que hacía sonar cada vez que anunciaba un despido.

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Vacío en la AN

Esta reportera cubría para ese entonces la fuente de la AN y estuvo de guardia el fin de semana anterior. Así presencié los despidos hechos por Chávez y respiré el aire enrarecido en el Parlamento.

Ese día, a la AN solamente asistieron algunos diputados del entonces Movimiento V República (MVR). Por parte de la oposición solo había unos cuantos.

Los reporteros de la fuente parlamentaria decidimos instalarnos en la sala de prensa del Palacio, en espera de declaraciones y de instrucciones de nuestros jefes.

Mientras, los periodistas que cubrirían la marcha se activaron temprano y desde distintos puntos de Caracas, se preparaban para seguir la movilización.

Pasadas las 11 de la mañana, el diputado del MVR, Francisco Solórzano, acompañado por otros, entre ellos Iris Varela, todavía estaban en el Palacio Federal Legislativo. De un momento a otro, él dijo: “Vamos para Miraflores” y desaparecieron.

Ese día, jamás vi a Cilia Flores, ni a Nicolás Maduro. El Parlamento quedó más solo todavía. Ya a medio día, únicamente estábamos unos cuantos guardias y vigilante, además de los reporteros que ya habíamos sido advertidos de que “la marcha de Pdvsa irá para Miraflores”.

El último vagón del Metro

Mi jefa por ese entonces me llamó: “¿Cómo está todo por allá? En Chuao están llamando a que la marcha se vaya para Miraflores”.

“Hay mucha tensión”, dije y ella me advirtió: “procura asomarte a la calle y trata de agarrar cualquier transporte y te regresas a la redacción”.

Decidí esperar junto con mis colegas de otros medios, hasta que a las 2 de la tarde, acordamos irnos. Ya en el Palacio no quedaba casi nadie. Algunos de los colegas se fueron caminando, porque sus medios quedaban relativamente cerca de Capitolio.

Sin pensarlo mucho, me dirigí al Metro, una de cuyas estaciones queda frente a la sede del Parlamento. Al entrar, el miedo se apoderó de mí. Era un caos. Cientos de personas luchaban por entrar, saltaban los torniquetes, bajaban a empujones por las escaleras. Abordaban los vagones que apenas se daban abasto.

No sé cómo, pero llegué al andén y cuando me di cuenta, estaba apretada contra las ventanas del vagón, rumbo a Plaza Venezuela.

Al llegar a esa estación y ser literalmente expulsada del vagón, por los altavoces se anunciaba que era el último tren, porque “el servicio está suspendido”.

La sede del diario donde trabajaba estaba ubicado en el piso 23 de La Previsora y desde allí podíamos ver el río humano que, en efecto, se dirigía hacia el centro de Caracas. “Rumbo a Miraflores”.

Pantalla partida

Uno a uno se dieron los hechos que nos marcaron ese día. Chávez, en cadena de radio y TV hablaba, mientras los canales decidieron partir la pantalla.

“¡Qué desgracia!”, gritamos en la redacción, cuando, vimos las imágenes de Puente Llaguno. Luego, gritamos más fuerte, cuando cortaron la señal de los canales. Vimos, después, por internet el pronunciamiento de unos militares.

“Hay 10 muertos”, dijo mi jefa. “Me llamaron desde la marcha, hay más de 15 muertos”, expresó otro compañero.

Se hizo de noche. La tristeza y desolación se apoderó de la redacción, porque nos informaron que había, al menos 20 muertos.

Pero seguíamos trabajando. En la noche, como a las 7, llegó una convocatoria para una rueda de prensa en Venevisión.

Luis Miquilena

Luis Miquilena, exministro de Relaciones Interiores de Chávez, hablaría.

“Janet, te vas a esa rueda de prensa. Un taxi te espera abajo”, dijo mi jefa.

Agarré mi bolso, grabador y libreta. Abordé el taxi y cuando me di cuenta, el conductor me dijo: “aquí la dejo, la calle está muy peligrosa”.

Cuando fui consciente de dónde me habían dejado, ya era tarde. El chofer me dejó botada en Globovisión, lejos de mi destino.

Solo suspiré y entré al canal, esperando encontrar a algún colega que me ayudara. Por fortuna así fue. Una reportera amiga me informó que también cubrirían esa rueda de prensa.

“Solo debemos esperar a que declare monseñor Porras… (Baltazar) que está al aire y resolvemos”, afirmó.

Efectivamente, monseñor daba una entrevista y su asistente, un sacerdote, le esperaba. “Sí. Vamos para Venevisión. En unos minutos estamos allá”, dijo el cura, quien hablaba por celular.

Mis ruegos fueron escuchados. Me acerqué al sacerdote, le conté lo que me había ocurrido y pregunté si habría problema en que monseñor me diera la cola.

“No creo”, respondió el padre. Minutos después, estaba en el asiento trasero de la camioneta de monseñor Porras, camino a Venevisión.

Él recibía llamadas a cada rato. Contestaba con monosílabos y colgaba. “Una junta de gobierno”, fue la frase más larga que pronunció.

Al llegar a Venevisión tuve la suerte entrar por el VIP, junto con monseñor. Los demás reporteros estaban en la sala de conferencias donde se daría la rueda de prensa.

Políticos, diputados, empresarios y sindicalistas, llenaban la sala. “Janet, qué haces aquí”, dijo una voz conocida.

Al voltear, era la esposa de Luis Miquilena. Resulta que por cosas del destino, ellos fueron mis vecinos, durante muchos años.

“La noticia me persigue”, respondí. Comenzó la conferencia de prensa y me tocó preguntar. “En los sucesos de hoy hubo al menos 20 muertos. ¿Quién es responsable de esto?”, pregunté.

“Hugo Chávez Frías tiene las manos manchadas de sangre”, respondió Miquilena. El resto es historia.

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